Lectura El sueño de Miranda.

 

El sueño de Miranda, el ilustre moribundo de “La Carraca”, tomado de la obra Leyendas históricas del escritor Luis Beltrán Reyes.

Apenas el sol se hundía en un mar de púrpura y oro, las luces de las sombrías celdas de La Carraca empiezan a brillar titilantes y débiles y casi logran alejar un poco las densas tinieblas  que caen de lleno sobre la prisión. El viento ruge sobre los arboles  que rodean aquellos tenebrosos  muros, y como trayendo  del mar el eco majestuoso y solemne de aquella inmensidad que no cesa un instante de copiar, entre azules y blancos, el luminoso cielo de Cádiz.

De pronto, en una de aquellas celdas, se escapa un grito de los prisioneros. Un clérigo corre hacia el lugar. Es el padre Juan, capellán de aquel sombrío lugar.

-¡Ah, qué tristeza ver un hombre así! – murmura el religioso con hondo pesar. Luego continuó dialogando consigo mismo. “Eso es terrible, es infame… ¿Por qué nacen estos seres privilegiados  y por qué ese destino que siempre los acompaña? ¿Tienen siempre que morir, antes que vean su justicia  brillar y el triunfo de la causa que defienden? Indudablemente que en este mundo no hay sino injusticias, desatinos, envidias, traiciones… No hay una causa justa que no sea vilipendiada y perseguida. Los que se dicen hombres justos y cristianos son los menos y los que menos hacen por la justicia social y el bien real de sus semejantes, Son los bandidos, los mercenarios, los aduladores del poder, de los poderosos, los que hoy están con uno y mañana con el otro, los que triunfan y los que van por el mundo engañando a los débiles y traicionando los más bellos ideales de los que todavía no han sido corrompidos  por la malicia humana. ¿Puede ser esto justo y digno de ser vivido? ¿Dónde está la mano de la justicia divina? ¿Donde su poder y su sabiduría?

En efecto, Don Francisco de Miranda, aquel que en una hermosa mañana de diciembre de 1810 deslumbra a los patriotas con su gallardía y señorial figura, “impecable la línea airosa de su rutilante  uniforme de general francés ; la levita azul bordada, el blanco pantalón ceñido a los muslos  poderosos, las botas de campaña con sobrepuestos espolines de oro. Terciada al pecho, la banda del tricolor por él creado; pendiente del cinto, el curvo sable de caballería; al aire la ondulante cabellera ennoblecida de canas; agitando su esplendido bicomio en amplio ademán de saludo”; admira en visión magnifica, y cinco años de llevarse a cabo, la Batalla de Carabobo, que puso fin a las huestes de la dominación española en territorio de Venezuela.